Hay muchas personas a las que les
cuesta exteriorizar lo
que piensan, pero son más a las que les es difícil expresar lo que sienten. La
cultura y la educación tienen un peso importante en esta cuestión.
A expresar los sentimientos se aprende en
la infancia: es por eso que los niños que han crecido en casas donde los padres
no se demostraban afecto, donde el padre jamás reconoció sentirse orgulloso,
donde la madre callaba cuando se sentía sola o deprimida o donde los hijos
tenían que contener su rabia, hoy son adultos con serios problemas para dar a
conocer aquello que sienten.
Uno de los motivos por los que no expresamos lo que sentimos es
para evitar conflictos. Hay quien cree que así evita hacer
daño a otra persona, y no se da cuenta de que el daño se lo hace al reprimirse.
Otra razón puede ser el miedo a sentirse rechazado o creer que no
le van a entender. Esto se soluciona mejorando la autoestima y comunicándose de
forma asertiva.
Además, la sociedad nos dice que hay ciertas emociones que debemos
controlar.
Están mal vistos los
celos, los enfados, la rabia,
la ansiedad, la depresión… vamos, lo que algunos llaman las emociones
negativas.
¡Basta
ya! Señores no hay emociones positivas ni negativas, y no
debemos aprender a controlarlas sino a gestionarlas.
Expresar aquello que nos gusta, lo que nos da miedo, decir las
cosas que nos generan alegría, las que percibimos con asco, expresar nuestro
agradecimiento o mostrar muestras disculpas es lo que nos ayuda a liberar y a
compartir nuestros sentimientos, y es la mejor manera de sentirnos bien.
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